Por: José Antonio Mateos Castro
Universidad Autónoma de Tlaxcala
Coordinador de la Lic. Filosofía
En cualquier gran ciudad donde el azar me lleva,
me sorprende que no se desaten levantamientos
diarios masacres, una carnicería sin nombre, un
desorden de fin de mundo. ¿ Cómo, en un espacio
tan reducido, pueden coexistir tantos hombres
sin destruirse, sin odiarse mortalmente? A decir verdad
se odian pero no están ala altura de su odio.
Esta mediocridad, esta impotencia, salva ala sociedad,
asegura su duración y estabilidad.
E. M. Cioran. Historia y utopía.
Inmersos en un tiempo donde la sociedad se mueve al ritmo de las maquinas y las relaciones sociales se median por el mercado, promoviendo, al mismo tiempo, la pura instrumentalidad del saber e instrumentalidad del poder. Desde este presente abierto de incertezas, de agobios interiores y exteriores que metamorfosean la cultura con cambios vertiginosos a nivel mundial y local, pretendemos problematizar la recepción latinoamericana del debate posmoderno asumida por varios intelectuales que tratan de mostrar, describir y comprender los desplazamientos que se articulan en el espacio actual donde emergen, convergen y divergen las diversas narrativas que en las últimas décadas han tratado de dar cuenta de la realidad social y cultural en nuestro continente.
Desde esta perspectiva, es importante situarnos en el centro de esta polémica, lo cual presupone reconocer la crisis de la modernidad occidental, la única que ha desplegado plenamente hasta el momento, además de analizar cómo nuestro continente se ha apropiado de ella, así como de mostrar de qué manera los procesos de globalización se van imponiendo cada vez más autoritariamente, provocando la aparición de un imaginario cultural ambiguo y paradójico.
Por lo tanto, prestamos atención a aquellas voces que, desde la periferia, responden ante la problemática de la posmodernidad y consideran que nuestro continente, como la figura del ciempiés, tiene unas patas bailando aún en la posmodernidad, otras pisan la modernidad y, tal vez, periféricamente, hay otras que exploran la llamada posmodernidad, bajo el presupuesto desarrollista ( devenir necesario del ser ).
Para ello, tenemos que enfocar el debate posmoderno a partir de un análisis cultural que lo entienda no como un momento histórico exclusivo de los países desarrollados sino como un “estado generalizado de la cultura”, con el objeto de ofrecer una interpretación filosófica de América Latina en nuestro presente.
Esto nos lleva a asumir la realidad latinoamericana como problema filosófico ( tal como lo hicieron en su tiempo, la teoría de la dependencia y la filosofía de la liberación ), teniendo como preocupación fundamental, el preguntarnos por el sentido y la necesidad de un pensamiento que de cuenta de las condiciones culturales y sociales al interior de la cultura.
Por lo tanto, es necesario analizar las transformaciones socio-culturales que han llevado al desgaste de categorías filosóficas, sociológicas y culturales de los discursos liberacionistas, pero, al mismo tiempo, nos lleva a reajustarlas para intentar consolidar una interpretación crítica en torno a América Latina.
Consideremos que, a partir de los 80s, aparecen una serie de trabajos teóricos que, desde la experiencia dolorosa de los distintos países del continente, tratan de leer la realidad latinoamericana desde los aportes del debate posmoderno, considerando la existencia de un “cambio de sensibilidad” en los patios interiores de la cultura latinoamericana. La reflexión de autores como Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero, Roberto Follari, Norbet Lechner, Nelly Richard, Beatriz Sarlo, García Delgado, Martín Hopenhay, entre otros, nos obliga a comprender dicho debate en la periferia.
Sin embargo, la asunción de tal problemática en nuestro continente , es asumida con actitudes distintas por pensadores de diversas nacionalidades; Mario Magallón, Gabriel Vargas Lozano, Sánchez Vázquez, Franz Hinkelammert, Gilberto Valdés, Pablo Guadarrama, Arturo Andrés Roig, etc. En términos generales, todos estos autores muestran una actitud negativa hacia tal debate, que no hay tal fin de la modernidad en nuestro continente, ya que no somos países desarrollados, además de que tal afirmación eclipsaría el racionalismo, el estado, los derechos humanos y se justificaría al mismo tiempo, un regreso al nazismo. Ven en él un pariente demasiado cercano del capitalismo, que legitima el poder de los más fuertes y coloca a los países desarrollados en posición de justificar su hegemonía, cerrando la posibilidad de un proyecto político alternativo y aniquilando el ideal emancipatorio. Por lo tanto, consideran que es un discurso alienado de nuestra realidad social, que sacrifica cualquier herramienta de lucha y que justifica los centros de poder mundial, al mismo tiempo, que nos deja una especia de orfandad epistemológica.
La mayoría de estas críticas presuponen la falacia desarrollista, según la cual se piensa que el desarrollo que surgió en Europa deberá ser seguido unilinealmente por todas las culturas. Por ello, nuestro continente no sería posmoderno hasta cumplir tal ideal. Por el contrario, nosotros criticamos una cierta autoimagen de la modernidad, la que sustenta una concepción unitario del progreso funcionando como fundamento ideológico. Consideramos tal fin, como un retorno reflexivo de la modernidad sobre si misma y no un rebasamiento epocal. No es la cancelación de la modernidad como época histórica, más bien, es el abandono del lenguaje totalizante y escencialista en los que los ideales de la modernidad occidental habían sido articulados en este sentido, la posmodernidad supone la crítica a la única modernidad que se ha manifestado cabalmente, la modernidad capitalista.
En relación a esto, y con ayuda de teóricos latinoamericanos que dialogan con la posmodernidad, nos permitimos resignificar, mostrar y deslindarnos tanto de la comprensión de la posmodernidad progresista o conservadora, como de algunas posiciones apocalípticas, nihilistas y pesimistas. Por el contrario tratamos de recuperar las críticas a la modernidad en el sentido que la posmodernidad implica criticar y abandonar concepciones teológicas y totalizantes que pretenden explicar de manera exhaustiva la realidad. Se trata pues, demostrar que no hay totalidades empíricas y de rescatar el componente hermenéutico-interpretativo, en este caso, de la cultura contemporánea latinoamericana.
En este sentido, describimos y analizamos las manifestaciones culturales y sociales de la posmodernidad en América Latina, que nos develarían el cambio de sensibilidad al interior de la cultura: los fenómenos de constitución y modificación de las identidades, el consumo cultural, la política, los grupos emergentes, los medios masivos de comunicación, etc. Bajo el presupuesto filosófico de resignificación de las estructuras fundamentales y operantes de la vida cotidiana, gracias al las cuales se construye la ciencia, la política, la historia y las instituciones. Nuestra reflexión pretende revelar las condiciones de la realidad cultural y simbólica de nuestras sociedades, es decir, consideramos lo posmoderno como un telón de fondo, donde aparecen los fenómenos que están en juego. Por lo que lo posmoderno mostraría un cambio de sensibilidad a nivel del mundo de la vida que se produce tanto en regiones centrales como periféricas. Por esto, son importantes las reflexiones de la sociología, de la ciencia política, la filosofía y la literatura. En consecuencia, la posmodernidad no sería un trampa o moda, sino un estado generalizado de la cultura latente en nuestros entornos culturales y que no dependen –exclusivamente- de la estructura económica. No presuponemos el desnivel económico-social entre los países ricos y pobres, sino los procesos culturales en un análisis donde los ámbitos de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente, si esto es así, tendremos entonces que el cumplimiento estructural de la sociedades desarrolladas, no tendrían que reproducirse necesariamente en América latina para que en ella aparezcan los signos culturales de la posmodernidad.
Por lo tanto, lo experiencia periférica de la posmodernidad con los supuestos teóricos mencionados, mostrarían que ante las promesas que chocan con la dura realidad latinoamericana, el abandono y el escepticismo ante los grandes relatos de modificación social, parece dejarse espacio para el asentamiento de la privatización y para pensar y practicar la política como simple forma de administración del capital pero, paradójicamente, también se abre la posibilidad de desbloquear el fruto y tomar un actitud que permita alternativas en un continente que históricamente ha sido saqueado y marginado. Su historia llena de dictaduras, la falta de alternativas y la erosión de los discursos liberacionistas y que junto con el fracaso de la revolución cubana, parecen cerrar el horizonte, produciendo una cultura de la inmediatez y del escepticismo. Por lo contrario, afirmamos que han aparecido y se han reivindicado grupos sociales marginados que pretenden mayor participación política, que no mostrarían un sujeto débil y apático, políticamente hablando, sino que, por el contrario, representan a un individuo social comprometido con su situación y con posibilidades de participación. El desencanto no es, por lo tanto una moda, sino algo que surge dentro de las sociaedades latinoamericanas, ya que todo proyecto social y de cambio ha fracasado. Por ello, Luis Brito García u Ofelia Shutte, consideran que la posmodernidad abre espacios geográficos, políticos y culturales alternativos a la modernidad occidental. No es la cancelación de la utopía, sea ésta capitalista o socialista, sino de la comprensión de la utopía como una critica al presente, es decir, rescatando la función subversiva de ésta que posibilita la apertura a otros horizontes de sentido.
Conjuntamente a la globalización, surgen tendencias nacionalistas y fundamentalistas, conflictos étnicos, xenofobia, guerras, etc. Esto nos lleva a problematizar la llamada identidad que oscila entre lo global y lo local, entre lo nacional y lo posnacional, en suma, parece que se han desterritorializado las identidades hasta hace poco llamadas nacionales. Pero También son una forma de homogeneizar, de crear falsas identidades que engloban una “totalidad”. Parecen romperse barreras culturales, sociales, políticas e ideológicas que conllevan un universo de signos y símbolos difundidos planetariamente por los mass-media, que al mismo tiempo, empiezan a definir la forma de vivir y de pensar de mucha gente. En América Latina en el siglo pasado, esto fue posible gracias a la radio y a la televisión. En la actualidad la llamada”globalización” conforma identidades, borra fronteras, pero paradójicamente las cierra creando conflictos interculturales.
Martín Barbero, por su parte, considera que la televisión se convierte en un factor importante para la formación de identidades personales y colectivas en nuestro continente. Es importante decir, que aunque los medios juegan un papel decisivo en la construcción de identidades, de ello no se deduce necesariamente que los reclamos por la identidad personal y colectiva tengan que ser abandonados, ya que aunque no existieran la llamada identidad, los constructos de identidad son importantes, ellos dan sentido a la vida individual y social de la gente. Esto permitirá a la vez, una reorganización de los escenarios culturales, pero peligrosamente también se arraigan posiciones fundamentalistas e intolerantes.
Ante el desencanto, el escepticismo y los acontecimientos históricos que marcan o dejan entrever la no realización de proyectos, consideramos importante reflexionar sobre las diversas formas de hacer la política, que no se identifica con las vías que recorrieron en le siglo pasado en nuestro continente ( la revolución cubana, las transiciones a la democracia, el papel activo de la izquierda, etc. ). Consideramos, al igual que Norbert Lechner[1] , que es importante quitarle el carácter redentor y de panacea que tiene la política y plantearla como arte de lo posible, es decir, apostamos por lo políticamente posible que al mismo tiempo desplázale énfasis en lo necesario (necesidad histórica), a la vez, que se opone a lo imposible. Esto permite reducir la distancia entre los programas políticos y las experiencias cotidianas de la gente. También supone redefinir la política y la democracia, propiciando una cultura democrática de participación, pues implica comprender nuestra situación como la expresión de la disolución de una identidad “fuerte”, cuya reterritorialización posibilita afirmar la falta de articulación entre los distintos aspectos de la vida social, y que al mismo tiempo, se considere la experiencia de un mundo vital común. Junto al descrédito de la política y al proceso de globalización que llevan a la incertidumbre respecto de cuál es el escenario y cuáles las reglas de lo político, es importante crear las condiciones para consolidar una práctica distinta de ésta.
Frente al gran éxito de los medios masivos de comunicación que tocan hasta los ámbitos más íntimos o los olvida, se crea una sociedad más compleja y caótica. Se acortan y agrandan diferencias, se crean simulacros, se venden candidatos y proyectos, se crean escenarios y realidades construidas con propósitos muy claros. En América Latina –consideramos- se experimenta una fractura en lo social y lo simbólico. La felicidad se vende al igual que la realidad, todo es objeto de consumo. El espacio publico y privado desaparece, a partir de la saturación de imágenes, informaciones y objetos. Se reconocerla habilidad ficticia en la política, se sustituye el discurso político por la escenografía construida (star-system). Por lo tanto, los medios masivos llevan al descubrimiento de realidades sociales pero, por el otro, a ocultarlas y desaparecerlas. Ello implica que todos los media tiene que ser motivo de un análisis que evite una visión unilateral de ls mismos.
En este sentido, ha cobrado importancia la aparición de grupos emergentes de todo tipo, esto lleva a promover y cambiar modelos políticos y teóricos. Parece ser la década de grupos emergentes – como los indígenas- en todo América latina, que contiene posibilidades históricas ante la ausencia de todo proyecto de cambio, y abren la posibilidad de generar una practica y un pensamiento libre de dogmatismo, otorgando nuevos contenidos la horizonte del futuro. Se inauguran formas de resistencia –feministas, homosexuales, etc.-que pretenden incidir políticamente, movimientos que tratan de promover consensos sociales y cambios de modelos políticos. Parece ser el embrión de la participación democrática, y del reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos. La mayoría de los grupos, comparten ideológicamente una critica al sistema prevaleciente y a la cultura dominante y homogeneizadora, pero también apuesta por un mundo plural “aquí y ahora”. Por ello, consideramos, que es importante redefinir la participación de todos los sectores en el espacio público, haciendo énfasis en la creación de redes transversales de resistencia que afirmen valores multiculturales frente ala verticalidad del poder desbloquear el futuro.
Con estas breves reflexiones, ha tratado de enmarcar el debate modernidad-posmodernidad en nuestro continente. Ello implica que para tratar cada uno de los aspectos contenidos y enumerados en el texto, es necesario dedicarle profundidad. Por el momento, baste con su referencia y problematización de manera breve.