De la colección "Prostitutas", de Maya Goded
Cultura y Psicoanálisis
Por León Morales Huerta
“¡Sí Señor, lo confieso: soy culpable y he sido culpable:
he sido culpable desde que me nacieron a este
mundo, y soy culpable por los labios mismos de mi
madre; pero he sido inocente por vivir y, por sobre todas
las cosas, por desconocer tu palabra:
júzgame entonces Señor!”
( “Pecata” de Carlos Noel)
Mucho se ha reflexionado en la actualidad sobre el hombre, y por ende, sobre su cultura, es más, se puede decir que la filosofía del siglo pasado y de nuestro siglo es filosofía de la cultura; y no es de gratis la reflexión. El siglo que nos abandonó cumplió con creces muchos de nuestros más preciados sueños a partir de su ciencia, por ejemplo: visitamos la luna y las entrañas del mar, desafiamos por unos años más a la muerte y la disfunción sexual mediante los medicamentos, el mundo se hace conocible y pequeño en todos su rincones mediante los medios de comunicación, etc. Sin embargo, en la misma medida en que nuestros sueños se hacen y se han hecho posibles, nuestras pesadillas se hacen reales, guerras mundiales, resistencias sociales, invasiones imperialistas, desequilibrios ambientales, etc. Todo esto nos hace vigente hoy más que nunca las preguntas históricas de la humanidad, las preguntas esenciales del hombre: ¿Qué es el hombre? ¿quién soy yo? ¿hacia donde voy?, preguntas que sólo pueden ser comprendidas dentro del marco cultura. Preguntas que interrogan por la maldad en el hombre, el mundo, sobre las tragedias que son ya cotidianas.
Es el motivo por el que hoy más que nunca son vigentes las disciplinas que se interrogan por estas preguntas, hoy es vigente la filosofía de la cultura, el psicoanálisis etc., disciplinas que nos pueden dar luz sobre esta problemática.
El siguiente trabajo es un intento de comprender un poco la conformación de la cultura y el por qué de lo siniestro que se da en el hombre y en sus creaciones. Esto lo intentaremos hacer a partir de algunos elementos importantes en la propuesta freudiana.
Las historias de las culturas del hombre están escritas, desgraciadamente, no sólo con tinta, sino con sangre y fuego. Los albores mismos del concepto de cultura se encuentran estigmatizados por etnocentrismos y barbarie; aún ahora, en nuestro tiempo, grandes sectores de la cultura latinoamericana se encuentran marcados indeleblemente por un sentimiento de inferioridad ante la cultura prototipo[1], la occidental o, más aún, gran parte de las culturas llamadas peyorativamente de tercer mundo se encuentran enmarcadas en una constante residencia para resguardar y mantener su acervo cultural. Empero, lo más dramático y pavoroso de la cultura no se encuentra tanto en localizar un concepto amplio de cultura que sea abarcador y que incluya toda manifestación cultural como tal sin exclusiones ni discriminaciones, sino más bien en el hecho acuciante que ha caracterizado gran parte de la filosofía de finales del siglo XIX y todo el siglo que nos acaba de abandonar; el hecho es el siguiente: toda manifestación objetiva de la cultura se vuelve contra su creador[2] sofocándolo, masificándolo y poniendo en riesgo su subsistencia. Por una lado, la ciencia, orgullo de la modernidad, en su abundancia creó y ha creado un sinfín de objetos con la finalidad de hacer más cómoda, fácil, feliz y abundante la vida del sujeto, empero, también ha creado un sinfín de artículos que lo mutilan, lo desplazan y lo matan.[3] Por su parte, las religiones garantes de la “felicidad” del hombre se mantienen en un anacronismo que suprime y castiga las verdaderas necesidades del hombre, y cómo olvidar las instituciones políticas que tienen como cuestión teleológica el bien común y la felicidad entre los individuos, en polvo y arena, en utopía ha convertido toda propuesta y proyecto que han intentado, no es de sorprenderse la existencia de politólogos posmodernos que declaren cínicamente la superación de las necesidades sociales a toda propuesta política. Pareciera que el único camino que nos queda es mandar todo “a la chingada” y sumergirnos en un mundo de enervantes.
En fin, todas las formas objetivas de la cultura adquieren una lógica propia, un dinamismo per se ajeno a nuestras necesidades vitales y elementales, Simmel, Spengler y el tercer Gasset nos lo han mostrado. No obstante, sus propuestas en algunos puntos nos hacen sospechar que los objetos culturales tienen voluntad por sí misma, una voluntad malévola que no nos quiere y que está empeñada en destruirnos con sus ‘bombas atómicas’, con sus herbicidas, con su clembuterol. Pero esto no es algo nuevo, algunos pensadores románticos sospechaban que el hombre nacía bueno, sin embargo, la sociedad, la cultura, lo hacía malo.
Viendo así las cosas, sería conveniente ser un anacoreta como Rama, como el Zaratustra de Nietzsche o como Buda; sin embargo, recordemos cómo Rabana buscó en su soledad anacoreta a Rama para raptar a su esposa Sita; de igual forma recordemos que Zaratustra, en la penúltima parte de la obra, lucha contra un enano que carga en sus espaldas, y qué decir de Buda en su etapa de iluminación mientras estaba sentado bajo una higuera de agua decidido a alcanzar el nirvana. Mara, señor de la ilusión, lo ataca, por lo que se colige que a pesar de que nos alejemos de la cultura su maldad nos seguirá.
Sin embargo, creo que no es lo correcto lo que hemos deducido, en primera porque si bien es verdad los objetos culturales poseen una lógica propia y una realidad per se, no se deduce que el mal esté en la cultura, que estamos condenados a su despótico gobierno, esto es lo mismo que pensar en un hombre sin voluntad determinado a ser de tal forma únicamente. Pensar que el malestar del hombre se encuentra únicamente ubicado en el malestar de la cultura es una hipocresía, es olvidar toda la tradición moderna del sujeto; Heidegger y Villoro nos han enseñado muy bien lo pavoroso que puede ser el “sujeto”. El hombre posee una inteligencia distinta a la de los demás animales que cohabitan con él, esta inteligencia le permite tomar conciencia de su peculiaridad he irreductibilidad de los fenómenos naturales como mero ocurrir. Toma conciencia de su carácter ontológico y se interroga por el sentido mismo de ese carácter, pero además toma conciencia de lo óntico, toma conciencia de lo fenoménico como distinto a él y trata de traerlo ante sus ojos, ante su mano, ante su lengua, modificarlo y poder hacerlo accesible a su ser, sin embargo, como Sísifo, sus esfuerzos siempre terminan mostrando su incapacidad de superar sus reales necesidades, ya que sus creaciones, como la piedra de Sísifo, siempre se le vienen encima. Los objetos de la cultura son siempre creaciones del individuo, lo que encuentra en estos y lo que existen en ellos es una manifestación de su espíritu, ya que siempre la cultura objetiva será una plasmación del espíritu de los sujetos. Si existe algo malo y pavoroso en la cultura es por que no es otra cosa que la manifestación de nuestro espíritu; lo que acosa a los anacoretas Sidarta, Rama, Zaratustra, es su propia maldad, lo terrible y espantoso que existe en su espíritu. De nada nos sirve estar con nosotros mismos para escapar de la maldad, pues está dentro de nuestro ser, o utilizando los términos de Heidegger: la maldad es un existensiario ontológico de nuestro ser, jamás de la cultura.
Es el psicoanálisis quien nos enseña que la fuente del displacer se encuentra ubicada en el hombre mismo y no en la cultura, sin embargo, durante mucho tiempo el mismo Freud sostenía que la cultura era la culpable de que el hombre no alcanzara la satisfacción plena y la felicidad, y que la fuente de los conflictos estaba en las difíciles relaciones entre el individuo y la cultura, es posible que por tal motivo mucho se ha tendido ha creer que Freud sostenga que en la cultura está la fuente del displacer, tal es el caso de las lecturas culturalistas que se hacen del psicoanálisis, como la de H. Marcase. Pero bien, Freud inicia a mudar de ideas a partir del Porvenir de una ilusión (1927), hasta concluir en 1930 con El malestar en la cultura donde aventura la hipótesis de que el hombre se inflinge a sí mismo daño, que es en el hombre donde se encuentra la fuente de displacer. El hombre exige de la vida conseguir felicidad y lograr mantenerla, pero lamentablemente en contraposición a esto, también experimenta situaciones de sufrimiento que impiden su propósito. Para explicar este fenómeno, Freud introduce el concepto de pulsión de muerte como componente indispensable para entender dicha situación. Así, en la obra de 1930, Freud adjudica al hombre una inherente pulsión de odiar y aniquilar en la complejidad de su construcción.
Empero, ninguna manera la pulsión de muerte justifica o explica como trágicamente naturales las peores calamidades de la humanidad, como guerras mundiales y bombas atómicas, desde esta lógica toda propuesta social, política y cultural está condenada a la destrucción, a ser únicamente una utopía; empero, es absurdo pensar que Tánatos está solamente encaminado a la destrucción y separar de forma nihilista pasiva y que Eros, encaminado a unir, sea el que construye y cohesione la cultura; téngase en cuenta que Eros, comprendido como amor de pareja, amor sexual, tiende a separar, tiende a enemistarse con la cultura, en el amor de pareja los lazos sociales se desarticulan, el tercero sale sobrando, Eros quiere privacidad, es egoísta y piensa sólo en el objeto de su deseo; únicamente en su forma meta-inhibida es como Eros adquiere su capacidad de religación. Por su parte, Tánatos no es una fuerza ciega y devastadora en su sentido puro. Néstor A. Braunstein, en un texto muy brillante y realmente bello, titulado “Nada que sea más siniestro (unheimlich) que el hombre” nos hace un análisis muy fino sobre la función de la pulsión de muerte en Freud, según éste, lo que Freud nos está mostrando en su texto de 1930 es que Tánatos es creación: “… es así un saber que, a través de la violencia, provoca la aparición de un significante nuevo, sucedáneo del objeto del deseo”[4], la cultura como un constante devenir y resignificación está fundamentada en la destrucción que siempre construye un significante nuevo y así hasta una cadena metonímica. Pero cómo sucede esto, cómo es que el impulso de muerte es el motor real de la cultura.
Según Braunstein, la cultura surge dentro del seno familiar, en el parentesco; en la familia se inicia el proceso social, se nos otorga un nombre, un espacio de interacción, un ser reconocido, una identidad, empero, los privilegios no son libres ni gratuitos, están reglamentados, tienen una ley que los monitorea y controla, nos prohíbe ciertos comportamientos y conductas que puedan violentar el equilibrio de la sociedad en la que estamos insertos, la transgresión de la ley es penalizada mediante la cesión de los privilegios que nos otorga la sociedad en la que estamos insertos o, más aún, con la expulsión del grupo social. Pues bien, sabemos que con la ley surge la trasgresión de ésta misma. San Pablo nos ilustra muy bien en la Carta a los romanos: “yo no conocía el pecado hasta que conocí la ley”. No obstante no queda claro por qué el hombre tiende a transgredir la ley. Freud cree encontrar la clave de dicha violencia en la sexualidad. En Tótem y tabú (1913) declara que la ley tiene la función de ordenar las relaciones de los individuos y entre grupos a través de la prescripción del intercambio regulado de las mujeres. Empero, lo que nos está prohibiendo la ley es la exogamia, el disfrute de las mujeres de nuestra familia; según Freud, el niño siempre está deseando la mujer del padre, al no poder disfrutar de la madre, porque el padre se lo ha prohibido, desea matarlo para poseerla. Esto es lo maldito en la propuesta de Freud, el hecho de pensar que el infante está pensando en matar al padre para disfrutar de la madre, a dicha conducta Freud le denomina complejo edípico, al igual que Edipo que mata a la Layo para disfrutar de su madre Yocasta, la actitud del niño está inclinada a dicha acción. Recordemos también cómo la polis desconoce en la muerte a Edipo.
Ahora bien, según la propuesta de Freud, recordemos, parentesco y cultura son términos que se presuponen estar dentro de la familia, del grupo familiar, te garantiza una seguridad, una identidad y un nombre, a cambio, el padre instaura la ley de la prohibición del goce de la madre, así pues, Braunstein sostiene que “La identidad deriva de una renuncia, de una puesta en su lugar del Nombre del Padre como significante de la aceptación de la ley, de ese pacto primordial, que acepta la exogamia y ofrece la promesa del acceso al placer sexual como prima por la renuncia al objeto incestuoso. La Ley del Padre es el garante para pertenecer y permanecer dentro de cierto grupo social, es el fundamento del orden jurídico. La ley primigenia es también el garante de pertenecer a un hogar, pero también de arrojarnos de nuestro hogar, la ley es perversa, pues en cuanto aceptamos la Ley sólo desplazamos nuestro deseo a un significante aproximado a nuestro objeto de deseo, el deseo de la madre nunca desaparece, nunca se inhibe, Eros sin brida lo convoca y busca satisfacer su deseo, tener el objeto de su deseo, el hombre busca regresar a ese estado, a ese lugar donde la prohibición no existe, al vientre de la madre, sin embargo, regresar al vientre de la madre donde la ley del padre no impera es cometer parricidio, el individuo o niño se enfrenta a sentimientos ambivalentes; odia a su padre y lo quiere matar por prohibirle el disfrute de la madre, pero también respeta su virilidad, le teme, pero sobre todo lo admira y lo ama[5].
Ahora bien, Creemos que el Freud de Tótem y Tabú tubo razón al sostener que en la cultura era una fuente de displacer que impide al hombre alcanzar la satisfacción plena y su felicidad, esto lo podemos ver más claro con el mito de la horda primitiva.
La ley y la cultura van a la par, la ley permite establecer lazos sociales. El macho dominante permite que los hijos permanezcan en el seno de la familia, con la condición de no tocar a su hembra, les da su nombre, una identidad, un hogar, siempre y cuando acepte su ley; empero, según Freud “… las primeras mociones sexuales del individuo joven son, por regla general, de naturaleza incestuosa” [6] sus mociones sexuales lo conllevan al intento de transgredir la ley, sin embargo, la ley del padre le impide el disfrute del placer, por lo cual lo mata, para poseer a la madre, una vez que lo mate el sentimiento de culpa le impide consumar su deseo, pero además, busca resarcir su falta mediante la instauración de una ceremonia, de un culto al padre. Lo que provoca, por una parte, buscar sucedáneos del objeto de su deseo que le condujo a la falta, y por otra parte establece un culto al padre para resarcir su falta, eh aquí, hipotéticamente, el germen de la creación cultural, al constituir al padre muerto en tótem se establece un culto con una serie de usos modos y costumbres normativizadas que guardan una doble finalidad, por un lado mantener el culto al tótem íntegro y por otra parte evitar nuevamente la trasgresión que provocó la falta. Es posible que esta falta siniestra se haya suprimido en el inconsciente, se haya olvidado; pero no las normas que impiden volver a cometer la falta (de esto la famosa exogamia) y mucho menos el deseo de la madre. Así, una vez que se establece una serie de normas que regulan nuestra conducta social, el individuo ve reprimidas sus pulsiones sexuales primarias, el deseo de la madre, y las desplaza hacia sucedáneos significantes equivalentes que le impiden cometer la misma falta, empero, le imposibilitan alcanzar la satisfacción plena de sus deseos; la represión sexual es la madre de la cultura, las historias de la cultura, sus formas objetivas, son testigo de los flagelos de la represión. En cierta forma y por lo cual la cultura, tanto objetiva como subjetiva, está cimentada en la represión, es la represora en sí, con sus normas sociales y morales que testifican una falta genealógica e inhiben la posibilidad de que se vuelva a cometer la falta. La ley es testigo de la falta. La ley y la cultura van a la par.
Ahora bien, una vez establecida la ley del padre, como gestadora de la ley de la cultura, dicha ley impone tanto la renuncia del objeto de deseo como la búsqueda de ese deseo por otros caminos que le permitan hallar un objeto idéntico a la que la ley le interdijo. Busca en la “creación” de significantes distintos y siempre nuevos que buscan el cumplimiento del deseo, empero la creación significa destrucción, violencia sobre una materia prima para adecuarla al designio de una palabra. La creación es la manifestación de una voluntad de destrucción de lo preexistente con vistas a lo nuevo. Esta creación violenta no es otra que el impulso de muerte, es Tánatos, una creación violenta sobre lo instituido. Según esto, Eros (vida) y Tánatos (muerte), no como cuestiones biológicas, Eros es la norma, la ley prepotente que liga, y Tánatos es esa fuerza violenta que disuelve esas ligaduras y provoca la aparición de lo nunca antes visto. La conjugación de Eros y Tánatos es la cristalizadora de la cultura del hombre de su historia: “historia de los hombres y de sus luchas, historia de la sumisión de sus cuerpos a la opresión, de los gritos de libertad, de los gestos y gestas heroicas y de la renovación de las rotas amarras bajo nuevas formas: “y ahora, yo creo, ha dejado de resultarnos oscuro el sentido del desarrollo cultural. Tiene que enseñarnos la lucha entre Eros y muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general, y por eso el desarrollo cultural puede caracterizarse sucintamente como la lucha por la vida de la especie humana”, sólo mediante la represión, mediante el malestar en la cultura es como puede existir ésta, se necesita la pulsión de destrucción para construir un significante nuevo que sustituya nuestro deseo sexual. La insatisfacción del deseo, efecto de la ley, es el motor de la cultura, pero, son los productos de esta insatisfacción los que posteriormente se encargarán de reprimir el deseo, ya no mediante la Ley del Padre, sino mediante la Ley de la cultura; es una cuestión dialéctica que se presupone recíprocamente, al igual que la pulsión de muerte y vida. La pulsión de muerte interiorizada y espiritualizada como una destrucción contractiva gesta cultura, una pulsión de muerte en su sentido más puro y violento es siniestro, es la muerte en su sentido biológico, de igual forma, Eros puro, sin ser meta-inhibido puede ocasionar nuestra perdición. Mas, en su forma sublimada, constituyen la fuente de la vida.
Pero aún existe un elemento más en la gestación de la cultura y es el sentimiento de culpa. Para Freud, el individuo es culpable en tanto esté preso de un afecto, el cual es una “variedad tópica de la angustia”[7]. Este afecto es llamado en principio “conciencia de culpa” y posteriormente “sentimiento de culpa”, el cual se activa gracias a un juicio que en un primer momento proviene de los progenitores y posteriormente de una instancia psíquica que funge como juez y ley. La conciencia de culpa, al parecer, no es más que una angustia frente a la pérdida de amor, la cual sorprende al individuo cuando éste violenta la ley del padre, empero, sólo se siente culpable quien es descubierto en el acto. Ahora bien, ¿qué es lo que activa esa modalidad de culpa? Recordemos que el padre le permite al hijo gozar de privilegios, pertenecer a su clan a cambio de renunciar al deseo de su madre, de renunciar a la satisfacción pulsional. De esta forma se le exige al hijo pagar con la renuncia a la madre para pertenecer a un grupo social, al clan del padre. Empero, como ya anteriormente se comentó, la inclinación al incesto es la primera moción del niño: desea a la madre y no le queda más camino que matar al padre, sustituir la Ley del padre mediante el impulso de muerte; una vez perpetrada la falta el hijo sucumbe ante el sentimiento de culpa, se siente culpable por haber traicionado al padre, con el que tenía sentimiento ambivalentes, poner en riesgo los lasos sociales del clan, pero además, perder o poner en riesgo el amor del padre. Es así como en este primer tiempo culpa, amor y pulsión se encuentran en estrecha relación. El segundo momento, y es el que nos importa, el efecto adquiere otra nominación: sentimiento de culpa, el cual a juicio de Freud es “el problema más importante del desarrollo cultural…, el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit, provocado por la elevación del sentimiento de culpa”[8]. Bien, pero cómo se da esto, cómo es que la sublimación del sentimiento de culpa se involucra en la gestación y generación de cultura. Veamos: lo que provoca en el sujeto cierto grado de displacer es aquello que resulta entre la tensión del yo y una instancia psíquica que hace las veces de autoridad: el ‘superyo’. Esto supone que el sentimiento de culpa es el resultado del sepultamiento de Edipo, que lo hace particular y lo relaciona con nuevos elementos.
Así pues, si en un primer momento la culpa es el resultado de un conflicto entre la satisfacción pulsión al y el amor del otro, del padre, y, en un segundo momento es el resultado de la tensión entre la satisfacción pulsional y el amor del superyo. Así, para que el yo establezca un equilibrio y la aceptación de la instancia superyoica debe, igualmente, renunciar y someterse a un pacto, exigencia que ya no proviene de un agente externo, del padre, sino de una figura psíquica. Sea pues, la exigencia del superyo de renunciar a las pulsiones, a la madre, para recibir a cambio el amor, el reconocimiento, o el perdón cuando se ha cometido la falta, ya no del padre sino de la estancia superyoica tiene como fundamento dos imperativos que adquieren el carácter de pacto. El primero le dicta al sujeto la sentencia: “Así como el padre debes ser” y el segundo dice: “Así como el padre no te es lícito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas cosas le están reservadas”.[9]
El prior dictado le exija al sujeto convertir al padre en un ideal, y en consecuencia tenerlo como modelo para la constitución del ser. Es un pacto en el cual el sujeto podrá ser como el padre, gozar de sus derechos, si renuncia a sus deseos de matarlo. Deseo que se encuentra inserto en el Complejo de Edipo cuando el padre hace de obstáculo para la satisfacción de los deseos incestuosos. Ese pacto implica entonces, un tener derecho a gozar de privilegios a cambio de una renuncia pulsional. Si el individuo no quiere ese costo, si en este punto se instituye en deudor y viador de tratados, vendrá a consecuencia la furia del superyo y de su derivado el sentimiento de culpa. Este sentimiento de culpa, asociado al incumplimiento de los ideales, será consiente, es decir, está acompañado de represión-palabra. Al respecto Freud afirma: “el sentimiento de culpa normal, consiente, no ofrece dificultades a la interpretación; descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo. Es la condena del yo por su instancia crítica. Quizás no diverja mucho del notorio sentimiento de inferioridad de los neuróticos”[10]
La segunda sentencia dicta: “así como el padre no te es licito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas cosas están reservadas”[11]. Y bien, ¿qué le están reservados al padre? La respuesta se orienta a la madre en tanto objeto del deseo del padre. Esta prohibición le dicta al individuo: serás como tu padre a cambio de que renuncies a tu madre. Relación comercial, de intercambio entre un acreedor que tiene el objeto del deseo y un sujeto que tiene que pagar el derecho de gozar como el padre a cambio de renunciar a la madre. Este es una ley que obliga a pasar del goce a la aceptación de la ley, de un tratado. El acreedor pide a cambio de los derechos que otorga, una renuncia, con la cual instaura un pacto con el otro, una ley que prohíbe pero que igual da derecho a gozar.
Ahora bien, ¿cuál es el destino de los deseos incestuosos a los cuales se renuncia? Al respecto Freud afirma que el complejo de Edipo, el cual pone en escena los deseos incestuosos, no se elimina, no se disuelve, sino que se sepulta. Y si tomamos esta palabra en su literalidad, podemos decir que de él quedan restos que permanecen guardados en el inconsciente. Cuando estos restos retornan emerge un sentimiento de culpa que pone de manifiesto su existencia; culpa que no tendrá representación palabra que le acompañe manifestándose en la clínica como "reacción terapéutica negativa". Al respecto Freud afirma: "No es fácil para el analista luchar contra el obstáculo del sentimiento inconsciente de culpa. De manera directa no se puede hacer nada; e indirectamente, nada más que poner poco a poco en descubierto sus fundamentos reprimidos inconscientes, con lo cual va mudándose en un sentimiento consciente de culpa. Un particular chance de influir sobre él se tiene cuando ese sentimiento de culpa es prestado, vale decir, el resultado de la identificación con otra persona que antaño fue objeto de una investidura erótica. Esa asunción del sentimiento de culpa es a menudo el único resto, difícil de reconocer, del vínculo amoroso resignado"[12]. Lo anterior indica que el sujeto estará siempre en deuda con el padre, porque nunca renunciará completamente a los deseos incestuosos que lo ligan al objeto prohibido. Habrá siempre en él un empuje a violar ese tratado fundamental y esto lo hará siempre culpable.
En cuanto el sentimiento de culpa se convierte en culpa el sujeto intenta aliviar su sentimiento de culpa, intenta resarcir su falta mediante la instauración del culto al padre, culto que consiste en preservar la ley del padre asesinado y que para la ventaja de la gestación de la cultura, mantiene los lazos fraternos del clan o grupo social; el hecho de instaurar un culto al padre y convertirlo en Tótem Freud lo exhibe muy bien el texto de 1913 y que la Doctora Rosario Herrera lo describe cómo la construcción “… de un mito moderno, transhistórico, que sin embargo actualiza el fundamento del linaje, la descendencia y el culto, de cuyo fundamento ético se despliega el campo estético a través de todas las artes: el templo (arquitectura), la música, la danza, la escultura, la pintura y la poesía ….”[13] y sí, efectivamente, no sólo es un mito que justifica la gestación de la cultura, sino además su dinamismo, pues en cuanto el Hijo mata al Padre, la conciencia de culpa institucionaliza la Ley del padre, formando parte del delta de la cultura, en su sentido Objetivo y subjetivo, esto, en cuanto la conciencia de culpa se convierte en sentimiento de culpa, la instancia del yo interioriza la Ley del Padre formando la estructura del superyo, es decir, la ley del otro se instaura en nuestra estructura psíquica, estructura que nos convoca al otro y al mundo, con toda una carga psíquica que nos determina a construir nuestra realidad, nuestra cultura de tal forma.
Según la lógica de Freud la Ley del Padre nos hace gestar una serie significantes para sustituir nuestro objeto de deseo, pero además, cuando se viola la Ley del padre, esta misma nos obliga a gestar una serie de acciones para resarcir la falta cometida ante el padre, y así hasta una cadena metonímica que puede llamarse cultura. Por otra parte, Gadamer dice que nosotros interpretamos y comprendemos nuestra realidad, nuestro mundo a partir de una serie de prejuicios: ¿no será posible que uno de estos prejuicios sea la instancia del superyo (el sentimiento de culpa) que nos conduce a interpretar y construir nuestra realidad de una forma peculiar?
Para acercarnos a concluir. Podemos decir que la cultura que no es la fuente del displacer en su totalidad, el Psicoanálisis de Freud nos enseña cómo en el hombre existe la fuente de este displacer, el hombre tiene una pulsión de muerte que lo conlleva a violentar, a destruir, a hacer daño, empero, también nos muestra como esta pulsión interiorizada y espiritualizada es vida creativa. Sin embargo, creemos que el Freud de Tótem y Tabú tenia razón al declarar que la fuente del displacer era la cultura, pues esta según lo que quisimos demostrar es testigo de una represión, es el instrumento de liberación a la represión, pero además es un instrumento de represión, pues no sólo la instancia del superyo nos obliga a renunciar a nuestro deseo, sino también las formas objetivas de la cultura que son una manifestación y plasmación de la estructura psicológica del sujeto, son la manifestación del espíritu subjetivo que se encuentra vigilado por la instancia superyoica. Está la represión de individuo desde el momento en que nace y se desarrolla dentro de una familia hasta su existencia social conciente, que es la represión ontogenética, pero también está la represión de la civilización, desde la horda original hasta el estado civilizado totalmente construido, que sería la represión filogenético; ambas represiones se presuponen recíprocamente en una dialéctica que gesta la cultura.
Por otra parte, así como el Psicoanálisis nos muestra la importancia de la pulsión de muerte para la cultura, también nos muestra la importancia de la culpa como un elemento nodal de la cultura, no sólo en su gestación, sino también en su constante devenir y construcción. El psicoanálisis puede ayudar a la filosofía de la cultura a recuperar el concepto de culpa, concepto vituperado y estigmatizado por los filósofos que nada quieren con la teleología cristiana, empero que el psicoanálisis nos lo muestra desde otra arista.
_______________________________________
Bibliografía
Braunstein, Néstor, “Nada más siniestro que el hombre”, en A medio siglo del Malestar en la Cultura, Siglo XXI, México, 1981
Georg Simmel, “El concepto y la tragedia de la cultura” en Sobre la aventura. Ensayos filosóficos. Trad. De Salvador Mas, Barcelona: Península, 1988.
Herrera Rosario, “El bienestar en la cultura”, Ponencia editada en el CD. Del XIV Congreso Interamericano de Filosofía, Puebla, 1999, Revista Confluencia de ANUIES (México), no. 8 (diciembre 2002)
Samuel Ramos, El perfil psicológico del hombre y la cultura en México, Ed: FCE., México, 2002.
Sigmund Freud, “Tótem y Tabú”(1913), en obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, caps. I-IV.
______________, “El Malestar en la Cultura”(1930), Obras completas; Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1976.
______________, “El Yo y el Ello”, Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979
[1] Cfr. Samuel Ramos, El perfil psicológico del hombre y la cultura en México, Ed: FCE. México, 2002.
[2] Cfr. Simmel, G., “El concepto y la tragedia de la cultura” en Sobre la aventura. Ensayos filosóficos. Trad. De Salvador Mas, Barcelona: Península, 1988.
[3] Hablamos del hombre prótesis que sustituye muchas de sus funciones por la comodidad de la tecnología trasformándolo en un tipo perezoso, apático y glotón; por otra parte, también hablamos del hombre dispensable, sustituible por una máquina que hace que su mano de obra no sea necesaria, y por último y lo más drástico, el hombre amenazado por la era nuclear.
[4] Braunstein, Néstor, “Nada más siniestro que el hombre”, en A medio siglo del Malestar en la Cultura, Siglo XXI, México, 1981, p. 221.
[5] Cfr. El caso de Arpád y Hans con el que Freud nos ilustra (Freud., S, “Tótem y Tabú“, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, Caps. IV)
[6] Ibid.,Tótem y tabú, p. 126.
[7] Freud, Sigmund, “El Malestar en la Cultura”, Obras completas; Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, P. 131
[8] Ibid., .p 130
[9] Freud. Sigmund, “El Yo y el Ello”, Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, p. 36
[10] Ibid., p. 51
[11] Ibid., p. 36
[12] Ibid., p. 51.
[13] Herrera Rosario, “El bienestar en la cultura”, Ponencia editada en el CD. Del XIV Congreso Interamericano de Filosofía, Puebla, 1999, Revista Confluencia de ANUIES (México), no. 8 (diciembre 2002). P16.
Cultura y Psicoanálisis
Por León Morales Huerta
“¡Sí Señor, lo confieso: soy culpable y he sido culpable:
he sido culpable desde que me nacieron a este
mundo, y soy culpable por los labios mismos de mi
madre; pero he sido inocente por vivir y, por sobre todas
las cosas, por desconocer tu palabra:
júzgame entonces Señor!”
( “Pecata” de Carlos Noel)
Mucho se ha reflexionado en la actualidad sobre el hombre, y por ende, sobre su cultura, es más, se puede decir que la filosofía del siglo pasado y de nuestro siglo es filosofía de la cultura; y no es de gratis la reflexión. El siglo que nos abandonó cumplió con creces muchos de nuestros más preciados sueños a partir de su ciencia, por ejemplo: visitamos la luna y las entrañas del mar, desafiamos por unos años más a la muerte y la disfunción sexual mediante los medicamentos, el mundo se hace conocible y pequeño en todos su rincones mediante los medios de comunicación, etc. Sin embargo, en la misma medida en que nuestros sueños se hacen y se han hecho posibles, nuestras pesadillas se hacen reales, guerras mundiales, resistencias sociales, invasiones imperialistas, desequilibrios ambientales, etc. Todo esto nos hace vigente hoy más que nunca las preguntas históricas de la humanidad, las preguntas esenciales del hombre: ¿Qué es el hombre? ¿quién soy yo? ¿hacia donde voy?, preguntas que sólo pueden ser comprendidas dentro del marco cultura. Preguntas que interrogan por la maldad en el hombre, el mundo, sobre las tragedias que son ya cotidianas.
Es el motivo por el que hoy más que nunca son vigentes las disciplinas que se interrogan por estas preguntas, hoy es vigente la filosofía de la cultura, el psicoanálisis etc., disciplinas que nos pueden dar luz sobre esta problemática.
El siguiente trabajo es un intento de comprender un poco la conformación de la cultura y el por qué de lo siniestro que se da en el hombre y en sus creaciones. Esto lo intentaremos hacer a partir de algunos elementos importantes en la propuesta freudiana.
Las historias de las culturas del hombre están escritas, desgraciadamente, no sólo con tinta, sino con sangre y fuego. Los albores mismos del concepto de cultura se encuentran estigmatizados por etnocentrismos y barbarie; aún ahora, en nuestro tiempo, grandes sectores de la cultura latinoamericana se encuentran marcados indeleblemente por un sentimiento de inferioridad ante la cultura prototipo[1], la occidental o, más aún, gran parte de las culturas llamadas peyorativamente de tercer mundo se encuentran enmarcadas en una constante residencia para resguardar y mantener su acervo cultural. Empero, lo más dramático y pavoroso de la cultura no se encuentra tanto en localizar un concepto amplio de cultura que sea abarcador y que incluya toda manifestación cultural como tal sin exclusiones ni discriminaciones, sino más bien en el hecho acuciante que ha caracterizado gran parte de la filosofía de finales del siglo XIX y todo el siglo que nos acaba de abandonar; el hecho es el siguiente: toda manifestación objetiva de la cultura se vuelve contra su creador[2] sofocándolo, masificándolo y poniendo en riesgo su subsistencia. Por una lado, la ciencia, orgullo de la modernidad, en su abundancia creó y ha creado un sinfín de objetos con la finalidad de hacer más cómoda, fácil, feliz y abundante la vida del sujeto, empero, también ha creado un sinfín de artículos que lo mutilan, lo desplazan y lo matan.[3] Por su parte, las religiones garantes de la “felicidad” del hombre se mantienen en un anacronismo que suprime y castiga las verdaderas necesidades del hombre, y cómo olvidar las instituciones políticas que tienen como cuestión teleológica el bien común y la felicidad entre los individuos, en polvo y arena, en utopía ha convertido toda propuesta y proyecto que han intentado, no es de sorprenderse la existencia de politólogos posmodernos que declaren cínicamente la superación de las necesidades sociales a toda propuesta política. Pareciera que el único camino que nos queda es mandar todo “a la chingada” y sumergirnos en un mundo de enervantes.
En fin, todas las formas objetivas de la cultura adquieren una lógica propia, un dinamismo per se ajeno a nuestras necesidades vitales y elementales, Simmel, Spengler y el tercer Gasset nos lo han mostrado. No obstante, sus propuestas en algunos puntos nos hacen sospechar que los objetos culturales tienen voluntad por sí misma, una voluntad malévola que no nos quiere y que está empeñada en destruirnos con sus ‘bombas atómicas’, con sus herbicidas, con su clembuterol. Pero esto no es algo nuevo, algunos pensadores románticos sospechaban que el hombre nacía bueno, sin embargo, la sociedad, la cultura, lo hacía malo.
Viendo así las cosas, sería conveniente ser un anacoreta como Rama, como el Zaratustra de Nietzsche o como Buda; sin embargo, recordemos cómo Rabana buscó en su soledad anacoreta a Rama para raptar a su esposa Sita; de igual forma recordemos que Zaratustra, en la penúltima parte de la obra, lucha contra un enano que carga en sus espaldas, y qué decir de Buda en su etapa de iluminación mientras estaba sentado bajo una higuera de agua decidido a alcanzar el nirvana. Mara, señor de la ilusión, lo ataca, por lo que se colige que a pesar de que nos alejemos de la cultura su maldad nos seguirá.
Sin embargo, creo que no es lo correcto lo que hemos deducido, en primera porque si bien es verdad los objetos culturales poseen una lógica propia y una realidad per se, no se deduce que el mal esté en la cultura, que estamos condenados a su despótico gobierno, esto es lo mismo que pensar en un hombre sin voluntad determinado a ser de tal forma únicamente. Pensar que el malestar del hombre se encuentra únicamente ubicado en el malestar de la cultura es una hipocresía, es olvidar toda la tradición moderna del sujeto; Heidegger y Villoro nos han enseñado muy bien lo pavoroso que puede ser el “sujeto”. El hombre posee una inteligencia distinta a la de los demás animales que cohabitan con él, esta inteligencia le permite tomar conciencia de su peculiaridad he irreductibilidad de los fenómenos naturales como mero ocurrir. Toma conciencia de su carácter ontológico y se interroga por el sentido mismo de ese carácter, pero además toma conciencia de lo óntico, toma conciencia de lo fenoménico como distinto a él y trata de traerlo ante sus ojos, ante su mano, ante su lengua, modificarlo y poder hacerlo accesible a su ser, sin embargo, como Sísifo, sus esfuerzos siempre terminan mostrando su incapacidad de superar sus reales necesidades, ya que sus creaciones, como la piedra de Sísifo, siempre se le vienen encima. Los objetos de la cultura son siempre creaciones del individuo, lo que encuentra en estos y lo que existen en ellos es una manifestación de su espíritu, ya que siempre la cultura objetiva será una plasmación del espíritu de los sujetos. Si existe algo malo y pavoroso en la cultura es por que no es otra cosa que la manifestación de nuestro espíritu; lo que acosa a los anacoretas Sidarta, Rama, Zaratustra, es su propia maldad, lo terrible y espantoso que existe en su espíritu. De nada nos sirve estar con nosotros mismos para escapar de la maldad, pues está dentro de nuestro ser, o utilizando los términos de Heidegger: la maldad es un existensiario ontológico de nuestro ser, jamás de la cultura.
Es el psicoanálisis quien nos enseña que la fuente del displacer se encuentra ubicada en el hombre mismo y no en la cultura, sin embargo, durante mucho tiempo el mismo Freud sostenía que la cultura era la culpable de que el hombre no alcanzara la satisfacción plena y la felicidad, y que la fuente de los conflictos estaba en las difíciles relaciones entre el individuo y la cultura, es posible que por tal motivo mucho se ha tendido ha creer que Freud sostenga que en la cultura está la fuente del displacer, tal es el caso de las lecturas culturalistas que se hacen del psicoanálisis, como la de H. Marcase. Pero bien, Freud inicia a mudar de ideas a partir del Porvenir de una ilusión (1927), hasta concluir en 1930 con El malestar en la cultura donde aventura la hipótesis de que el hombre se inflinge a sí mismo daño, que es en el hombre donde se encuentra la fuente de displacer. El hombre exige de la vida conseguir felicidad y lograr mantenerla, pero lamentablemente en contraposición a esto, también experimenta situaciones de sufrimiento que impiden su propósito. Para explicar este fenómeno, Freud introduce el concepto de pulsión de muerte como componente indispensable para entender dicha situación. Así, en la obra de 1930, Freud adjudica al hombre una inherente pulsión de odiar y aniquilar en la complejidad de su construcción.
Empero, ninguna manera la pulsión de muerte justifica o explica como trágicamente naturales las peores calamidades de la humanidad, como guerras mundiales y bombas atómicas, desde esta lógica toda propuesta social, política y cultural está condenada a la destrucción, a ser únicamente una utopía; empero, es absurdo pensar que Tánatos está solamente encaminado a la destrucción y separar de forma nihilista pasiva y que Eros, encaminado a unir, sea el que construye y cohesione la cultura; téngase en cuenta que Eros, comprendido como amor de pareja, amor sexual, tiende a separar, tiende a enemistarse con la cultura, en el amor de pareja los lazos sociales se desarticulan, el tercero sale sobrando, Eros quiere privacidad, es egoísta y piensa sólo en el objeto de su deseo; únicamente en su forma meta-inhibida es como Eros adquiere su capacidad de religación. Por su parte, Tánatos no es una fuerza ciega y devastadora en su sentido puro. Néstor A. Braunstein, en un texto muy brillante y realmente bello, titulado “Nada que sea más siniestro (unheimlich) que el hombre” nos hace un análisis muy fino sobre la función de la pulsión de muerte en Freud, según éste, lo que Freud nos está mostrando en su texto de 1930 es que Tánatos es creación: “… es así un saber que, a través de la violencia, provoca la aparición de un significante nuevo, sucedáneo del objeto del deseo”[4], la cultura como un constante devenir y resignificación está fundamentada en la destrucción que siempre construye un significante nuevo y así hasta una cadena metonímica. Pero cómo sucede esto, cómo es que el impulso de muerte es el motor real de la cultura.
Según Braunstein, la cultura surge dentro del seno familiar, en el parentesco; en la familia se inicia el proceso social, se nos otorga un nombre, un espacio de interacción, un ser reconocido, una identidad, empero, los privilegios no son libres ni gratuitos, están reglamentados, tienen una ley que los monitorea y controla, nos prohíbe ciertos comportamientos y conductas que puedan violentar el equilibrio de la sociedad en la que estamos insertos, la transgresión de la ley es penalizada mediante la cesión de los privilegios que nos otorga la sociedad en la que estamos insertos o, más aún, con la expulsión del grupo social. Pues bien, sabemos que con la ley surge la trasgresión de ésta misma. San Pablo nos ilustra muy bien en la Carta a los romanos: “yo no conocía el pecado hasta que conocí la ley”. No obstante no queda claro por qué el hombre tiende a transgredir la ley. Freud cree encontrar la clave de dicha violencia en la sexualidad. En Tótem y tabú (1913) declara que la ley tiene la función de ordenar las relaciones de los individuos y entre grupos a través de la prescripción del intercambio regulado de las mujeres. Empero, lo que nos está prohibiendo la ley es la exogamia, el disfrute de las mujeres de nuestra familia; según Freud, el niño siempre está deseando la mujer del padre, al no poder disfrutar de la madre, porque el padre se lo ha prohibido, desea matarlo para poseerla. Esto es lo maldito en la propuesta de Freud, el hecho de pensar que el infante está pensando en matar al padre para disfrutar de la madre, a dicha conducta Freud le denomina complejo edípico, al igual que Edipo que mata a la Layo para disfrutar de su madre Yocasta, la actitud del niño está inclinada a dicha acción. Recordemos también cómo la polis desconoce en la muerte a Edipo.
Ahora bien, según la propuesta de Freud, recordemos, parentesco y cultura son términos que se presuponen estar dentro de la familia, del grupo familiar, te garantiza una seguridad, una identidad y un nombre, a cambio, el padre instaura la ley de la prohibición del goce de la madre, así pues, Braunstein sostiene que “La identidad deriva de una renuncia, de una puesta en su lugar del Nombre del Padre como significante de la aceptación de la ley, de ese pacto primordial, que acepta la exogamia y ofrece la promesa del acceso al placer sexual como prima por la renuncia al objeto incestuoso. La Ley del Padre es el garante para pertenecer y permanecer dentro de cierto grupo social, es el fundamento del orden jurídico. La ley primigenia es también el garante de pertenecer a un hogar, pero también de arrojarnos de nuestro hogar, la ley es perversa, pues en cuanto aceptamos la Ley sólo desplazamos nuestro deseo a un significante aproximado a nuestro objeto de deseo, el deseo de la madre nunca desaparece, nunca se inhibe, Eros sin brida lo convoca y busca satisfacer su deseo, tener el objeto de su deseo, el hombre busca regresar a ese estado, a ese lugar donde la prohibición no existe, al vientre de la madre, sin embargo, regresar al vientre de la madre donde la ley del padre no impera es cometer parricidio, el individuo o niño se enfrenta a sentimientos ambivalentes; odia a su padre y lo quiere matar por prohibirle el disfrute de la madre, pero también respeta su virilidad, le teme, pero sobre todo lo admira y lo ama[5].
Ahora bien, Creemos que el Freud de Tótem y Tabú tubo razón al sostener que en la cultura era una fuente de displacer que impide al hombre alcanzar la satisfacción plena y su felicidad, esto lo podemos ver más claro con el mito de la horda primitiva.
La ley y la cultura van a la par, la ley permite establecer lazos sociales. El macho dominante permite que los hijos permanezcan en el seno de la familia, con la condición de no tocar a su hembra, les da su nombre, una identidad, un hogar, siempre y cuando acepte su ley; empero, según Freud “… las primeras mociones sexuales del individuo joven son, por regla general, de naturaleza incestuosa” [6] sus mociones sexuales lo conllevan al intento de transgredir la ley, sin embargo, la ley del padre le impide el disfrute del placer, por lo cual lo mata, para poseer a la madre, una vez que lo mate el sentimiento de culpa le impide consumar su deseo, pero además, busca resarcir su falta mediante la instauración de una ceremonia, de un culto al padre. Lo que provoca, por una parte, buscar sucedáneos del objeto de su deseo que le condujo a la falta, y por otra parte establece un culto al padre para resarcir su falta, eh aquí, hipotéticamente, el germen de la creación cultural, al constituir al padre muerto en tótem se establece un culto con una serie de usos modos y costumbres normativizadas que guardan una doble finalidad, por un lado mantener el culto al tótem íntegro y por otra parte evitar nuevamente la trasgresión que provocó la falta. Es posible que esta falta siniestra se haya suprimido en el inconsciente, se haya olvidado; pero no las normas que impiden volver a cometer la falta (de esto la famosa exogamia) y mucho menos el deseo de la madre. Así, una vez que se establece una serie de normas que regulan nuestra conducta social, el individuo ve reprimidas sus pulsiones sexuales primarias, el deseo de la madre, y las desplaza hacia sucedáneos significantes equivalentes que le impiden cometer la misma falta, empero, le imposibilitan alcanzar la satisfacción plena de sus deseos; la represión sexual es la madre de la cultura, las historias de la cultura, sus formas objetivas, son testigo de los flagelos de la represión. En cierta forma y por lo cual la cultura, tanto objetiva como subjetiva, está cimentada en la represión, es la represora en sí, con sus normas sociales y morales que testifican una falta genealógica e inhiben la posibilidad de que se vuelva a cometer la falta. La ley es testigo de la falta. La ley y la cultura van a la par.
Ahora bien, una vez establecida la ley del padre, como gestadora de la ley de la cultura, dicha ley impone tanto la renuncia del objeto de deseo como la búsqueda de ese deseo por otros caminos que le permitan hallar un objeto idéntico a la que la ley le interdijo. Busca en la “creación” de significantes distintos y siempre nuevos que buscan el cumplimiento del deseo, empero la creación significa destrucción, violencia sobre una materia prima para adecuarla al designio de una palabra. La creación es la manifestación de una voluntad de destrucción de lo preexistente con vistas a lo nuevo. Esta creación violenta no es otra que el impulso de muerte, es Tánatos, una creación violenta sobre lo instituido. Según esto, Eros (vida) y Tánatos (muerte), no como cuestiones biológicas, Eros es la norma, la ley prepotente que liga, y Tánatos es esa fuerza violenta que disuelve esas ligaduras y provoca la aparición de lo nunca antes visto. La conjugación de Eros y Tánatos es la cristalizadora de la cultura del hombre de su historia: “historia de los hombres y de sus luchas, historia de la sumisión de sus cuerpos a la opresión, de los gritos de libertad, de los gestos y gestas heroicas y de la renovación de las rotas amarras bajo nuevas formas: “y ahora, yo creo, ha dejado de resultarnos oscuro el sentido del desarrollo cultural. Tiene que enseñarnos la lucha entre Eros y muerte, pulsión de vida y pulsión de destrucción, tal como se consuma en la especie humana. Esta lucha es el contenido esencial de la vida en general, y por eso el desarrollo cultural puede caracterizarse sucintamente como la lucha por la vida de la especie humana”, sólo mediante la represión, mediante el malestar en la cultura es como puede existir ésta, se necesita la pulsión de destrucción para construir un significante nuevo que sustituya nuestro deseo sexual. La insatisfacción del deseo, efecto de la ley, es el motor de la cultura, pero, son los productos de esta insatisfacción los que posteriormente se encargarán de reprimir el deseo, ya no mediante la Ley del Padre, sino mediante la Ley de la cultura; es una cuestión dialéctica que se presupone recíprocamente, al igual que la pulsión de muerte y vida. La pulsión de muerte interiorizada y espiritualizada como una destrucción contractiva gesta cultura, una pulsión de muerte en su sentido más puro y violento es siniestro, es la muerte en su sentido biológico, de igual forma, Eros puro, sin ser meta-inhibido puede ocasionar nuestra perdición. Mas, en su forma sublimada, constituyen la fuente de la vida.
Pero aún existe un elemento más en la gestación de la cultura y es el sentimiento de culpa. Para Freud, el individuo es culpable en tanto esté preso de un afecto, el cual es una “variedad tópica de la angustia”[7]. Este afecto es llamado en principio “conciencia de culpa” y posteriormente “sentimiento de culpa”, el cual se activa gracias a un juicio que en un primer momento proviene de los progenitores y posteriormente de una instancia psíquica que funge como juez y ley. La conciencia de culpa, al parecer, no es más que una angustia frente a la pérdida de amor, la cual sorprende al individuo cuando éste violenta la ley del padre, empero, sólo se siente culpable quien es descubierto en el acto. Ahora bien, ¿qué es lo que activa esa modalidad de culpa? Recordemos que el padre le permite al hijo gozar de privilegios, pertenecer a su clan a cambio de renunciar al deseo de su madre, de renunciar a la satisfacción pulsional. De esta forma se le exige al hijo pagar con la renuncia a la madre para pertenecer a un grupo social, al clan del padre. Empero, como ya anteriormente se comentó, la inclinación al incesto es la primera moción del niño: desea a la madre y no le queda más camino que matar al padre, sustituir la Ley del padre mediante el impulso de muerte; una vez perpetrada la falta el hijo sucumbe ante el sentimiento de culpa, se siente culpable por haber traicionado al padre, con el que tenía sentimiento ambivalentes, poner en riesgo los lasos sociales del clan, pero además, perder o poner en riesgo el amor del padre. Es así como en este primer tiempo culpa, amor y pulsión se encuentran en estrecha relación. El segundo momento, y es el que nos importa, el efecto adquiere otra nominación: sentimiento de culpa, el cual a juicio de Freud es “el problema más importante del desarrollo cultural…, el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit, provocado por la elevación del sentimiento de culpa”[8]. Bien, pero cómo se da esto, cómo es que la sublimación del sentimiento de culpa se involucra en la gestación y generación de cultura. Veamos: lo que provoca en el sujeto cierto grado de displacer es aquello que resulta entre la tensión del yo y una instancia psíquica que hace las veces de autoridad: el ‘superyo’. Esto supone que el sentimiento de culpa es el resultado del sepultamiento de Edipo, que lo hace particular y lo relaciona con nuevos elementos.
Así pues, si en un primer momento la culpa es el resultado de un conflicto entre la satisfacción pulsión al y el amor del otro, del padre, y, en un segundo momento es el resultado de la tensión entre la satisfacción pulsional y el amor del superyo. Así, para que el yo establezca un equilibrio y la aceptación de la instancia superyoica debe, igualmente, renunciar y someterse a un pacto, exigencia que ya no proviene de un agente externo, del padre, sino de una figura psíquica. Sea pues, la exigencia del superyo de renunciar a las pulsiones, a la madre, para recibir a cambio el amor, el reconocimiento, o el perdón cuando se ha cometido la falta, ya no del padre sino de la estancia superyoica tiene como fundamento dos imperativos que adquieren el carácter de pacto. El primero le dicta al sujeto la sentencia: “Así como el padre debes ser” y el segundo dice: “Así como el padre no te es lícito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas cosas le están reservadas”.[9]
El prior dictado le exija al sujeto convertir al padre en un ideal, y en consecuencia tenerlo como modelo para la constitución del ser. Es un pacto en el cual el sujeto podrá ser como el padre, gozar de sus derechos, si renuncia a sus deseos de matarlo. Deseo que se encuentra inserto en el Complejo de Edipo cuando el padre hace de obstáculo para la satisfacción de los deseos incestuosos. Ese pacto implica entonces, un tener derecho a gozar de privilegios a cambio de una renuncia pulsional. Si el individuo no quiere ese costo, si en este punto se instituye en deudor y viador de tratados, vendrá a consecuencia la furia del superyo y de su derivado el sentimiento de culpa. Este sentimiento de culpa, asociado al incumplimiento de los ideales, será consiente, es decir, está acompañado de represión-palabra. Al respecto Freud afirma: “el sentimiento de culpa normal, consiente, no ofrece dificultades a la interpretación; descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo. Es la condena del yo por su instancia crítica. Quizás no diverja mucho del notorio sentimiento de inferioridad de los neuróticos”[10]
La segunda sentencia dicta: “así como el padre no te es licito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas cosas están reservadas”[11]. Y bien, ¿qué le están reservados al padre? La respuesta se orienta a la madre en tanto objeto del deseo del padre. Esta prohibición le dicta al individuo: serás como tu padre a cambio de que renuncies a tu madre. Relación comercial, de intercambio entre un acreedor que tiene el objeto del deseo y un sujeto que tiene que pagar el derecho de gozar como el padre a cambio de renunciar a la madre. Este es una ley que obliga a pasar del goce a la aceptación de la ley, de un tratado. El acreedor pide a cambio de los derechos que otorga, una renuncia, con la cual instaura un pacto con el otro, una ley que prohíbe pero que igual da derecho a gozar.
Ahora bien, ¿cuál es el destino de los deseos incestuosos a los cuales se renuncia? Al respecto Freud afirma que el complejo de Edipo, el cual pone en escena los deseos incestuosos, no se elimina, no se disuelve, sino que se sepulta. Y si tomamos esta palabra en su literalidad, podemos decir que de él quedan restos que permanecen guardados en el inconsciente. Cuando estos restos retornan emerge un sentimiento de culpa que pone de manifiesto su existencia; culpa que no tendrá representación palabra que le acompañe manifestándose en la clínica como "reacción terapéutica negativa". Al respecto Freud afirma: "No es fácil para el analista luchar contra el obstáculo del sentimiento inconsciente de culpa. De manera directa no se puede hacer nada; e indirectamente, nada más que poner poco a poco en descubierto sus fundamentos reprimidos inconscientes, con lo cual va mudándose en un sentimiento consciente de culpa. Un particular chance de influir sobre él se tiene cuando ese sentimiento de culpa es prestado, vale decir, el resultado de la identificación con otra persona que antaño fue objeto de una investidura erótica. Esa asunción del sentimiento de culpa es a menudo el único resto, difícil de reconocer, del vínculo amoroso resignado"[12]. Lo anterior indica que el sujeto estará siempre en deuda con el padre, porque nunca renunciará completamente a los deseos incestuosos que lo ligan al objeto prohibido. Habrá siempre en él un empuje a violar ese tratado fundamental y esto lo hará siempre culpable.
En cuanto el sentimiento de culpa se convierte en culpa el sujeto intenta aliviar su sentimiento de culpa, intenta resarcir su falta mediante la instauración del culto al padre, culto que consiste en preservar la ley del padre asesinado y que para la ventaja de la gestación de la cultura, mantiene los lazos fraternos del clan o grupo social; el hecho de instaurar un culto al padre y convertirlo en Tótem Freud lo exhibe muy bien el texto de 1913 y que la Doctora Rosario Herrera lo describe cómo la construcción “… de un mito moderno, transhistórico, que sin embargo actualiza el fundamento del linaje, la descendencia y el culto, de cuyo fundamento ético se despliega el campo estético a través de todas las artes: el templo (arquitectura), la música, la danza, la escultura, la pintura y la poesía ….”[13] y sí, efectivamente, no sólo es un mito que justifica la gestación de la cultura, sino además su dinamismo, pues en cuanto el Hijo mata al Padre, la conciencia de culpa institucionaliza la Ley del padre, formando parte del delta de la cultura, en su sentido Objetivo y subjetivo, esto, en cuanto la conciencia de culpa se convierte en sentimiento de culpa, la instancia del yo interioriza la Ley del Padre formando la estructura del superyo, es decir, la ley del otro se instaura en nuestra estructura psíquica, estructura que nos convoca al otro y al mundo, con toda una carga psíquica que nos determina a construir nuestra realidad, nuestra cultura de tal forma.
Según la lógica de Freud la Ley del Padre nos hace gestar una serie significantes para sustituir nuestro objeto de deseo, pero además, cuando se viola la Ley del padre, esta misma nos obliga a gestar una serie de acciones para resarcir la falta cometida ante el padre, y así hasta una cadena metonímica que puede llamarse cultura. Por otra parte, Gadamer dice que nosotros interpretamos y comprendemos nuestra realidad, nuestro mundo a partir de una serie de prejuicios: ¿no será posible que uno de estos prejuicios sea la instancia del superyo (el sentimiento de culpa) que nos conduce a interpretar y construir nuestra realidad de una forma peculiar?
Para acercarnos a concluir. Podemos decir que la cultura que no es la fuente del displacer en su totalidad, el Psicoanálisis de Freud nos enseña cómo en el hombre existe la fuente de este displacer, el hombre tiene una pulsión de muerte que lo conlleva a violentar, a destruir, a hacer daño, empero, también nos muestra como esta pulsión interiorizada y espiritualizada es vida creativa. Sin embargo, creemos que el Freud de Tótem y Tabú tenia razón al declarar que la fuente del displacer era la cultura, pues esta según lo que quisimos demostrar es testigo de una represión, es el instrumento de liberación a la represión, pero además es un instrumento de represión, pues no sólo la instancia del superyo nos obliga a renunciar a nuestro deseo, sino también las formas objetivas de la cultura que son una manifestación y plasmación de la estructura psicológica del sujeto, son la manifestación del espíritu subjetivo que se encuentra vigilado por la instancia superyoica. Está la represión de individuo desde el momento en que nace y se desarrolla dentro de una familia hasta su existencia social conciente, que es la represión ontogenética, pero también está la represión de la civilización, desde la horda original hasta el estado civilizado totalmente construido, que sería la represión filogenético; ambas represiones se presuponen recíprocamente en una dialéctica que gesta la cultura.
Por otra parte, así como el Psicoanálisis nos muestra la importancia de la pulsión de muerte para la cultura, también nos muestra la importancia de la culpa como un elemento nodal de la cultura, no sólo en su gestación, sino también en su constante devenir y construcción. El psicoanálisis puede ayudar a la filosofía de la cultura a recuperar el concepto de culpa, concepto vituperado y estigmatizado por los filósofos que nada quieren con la teleología cristiana, empero que el psicoanálisis nos lo muestra desde otra arista.
_______________________________________
Bibliografía
Braunstein, Néstor, “Nada más siniestro que el hombre”, en A medio siglo del Malestar en la Cultura, Siglo XXI, México, 1981
Georg Simmel, “El concepto y la tragedia de la cultura” en Sobre la aventura. Ensayos filosóficos. Trad. De Salvador Mas, Barcelona: Península, 1988.
Herrera Rosario, “El bienestar en la cultura”, Ponencia editada en el CD. Del XIV Congreso Interamericano de Filosofía, Puebla, 1999, Revista Confluencia de ANUIES (México), no. 8 (diciembre 2002)
Samuel Ramos, El perfil psicológico del hombre y la cultura en México, Ed: FCE., México, 2002.
Sigmund Freud, “Tótem y Tabú”(1913), en obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, caps. I-IV.
______________, “El Malestar en la Cultura”(1930), Obras completas; Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1976.
______________, “El Yo y el Ello”, Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979
[1] Cfr. Samuel Ramos, El perfil psicológico del hombre y la cultura en México, Ed: FCE. México, 2002.
[2] Cfr. Simmel, G., “El concepto y la tragedia de la cultura” en Sobre la aventura. Ensayos filosóficos. Trad. De Salvador Mas, Barcelona: Península, 1988.
[3] Hablamos del hombre prótesis que sustituye muchas de sus funciones por la comodidad de la tecnología trasformándolo en un tipo perezoso, apático y glotón; por otra parte, también hablamos del hombre dispensable, sustituible por una máquina que hace que su mano de obra no sea necesaria, y por último y lo más drástico, el hombre amenazado por la era nuclear.
[4] Braunstein, Néstor, “Nada más siniestro que el hombre”, en A medio siglo del Malestar en la Cultura, Siglo XXI, México, 1981, p. 221.
[5] Cfr. El caso de Arpád y Hans con el que Freud nos ilustra (Freud., S, “Tótem y Tabú“, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, Caps. IV)
[6] Ibid.,Tótem y tabú, p. 126.
[7] Freud, Sigmund, “El Malestar en la Cultura”, Obras completas; Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, P. 131
[8] Ibid., .p 130
[9] Freud. Sigmund, “El Yo y el Ello”, Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979, p. 36
[10] Ibid., p. 51
[11] Ibid., p. 36
[12] Ibid., p. 51.
[13] Herrera Rosario, “El bienestar en la cultura”, Ponencia editada en el CD. Del XIV Congreso Interamericano de Filosofía, Puebla, 1999, Revista Confluencia de ANUIES (México), no. 8 (diciembre 2002). P16.