27 octubre, 2006

Tentacuenpecata

Leontinas de cuecillum

“Culpable”, señalado por el dedo de Dios, herido de muerte genealógicamente, desgarrado en el alma y atrapado en esta carne que nunca será más suya de lo que hoy es. Nació culpable, ¡¿pero es inocente por vivir?! Sólo la vida purgará lo que la muerte germinal condenó.
Hay momentos en que mi carne me desconoce, hay momentos en que la desconozco y como autómata siento plegarme a capas de polietileno, absurdas pantomimas y pliegues de carne que desconocen mis deseos, pero me sumerjo a los labios del abismo, a lo inhabitable y contorsiono mi cuerpo queriendo penetrar lo inefable, lo hermético, lo sagrado. Creyendo que en el semen está el religar de lo trascendental. Me sumerjo en la íntima grieta abierta al atemporal olvido del yo, sólo para ser expulsado una y mil veces. Y después, sólo, el vacío, solo en el alma con el cuerpo mezclado en sudor y ella a mi lado. Ella que me murmura al oído lo que no quiero escuchar. Impertinencias, pertinencias que ya no son más del mundo, este mi mundo. Su aliento, su sudor, su grieta-oráculo son los ojos de la medusa, los buitres prometeicos que me devoran, que me dan nausea y vértigo.
Es cuando me levanto y quiero escapar del lugar del crimen, de la aberración, de la blasfemia. Pero una voz me detiene: -qué hora es- Es la hora de tu muerte, es la hora de quitarte el pivote muñequita de plástico, pienso mientras una mano surgida de entre las sombras toca mi hombro y me hace girar la cara, sólo para ver unos ojos impacientes de amor. Oh sorpresa, no son los ojos de una perra, de una gata, son los ojos de la muere, son los ojos de la perdición, del abismo que me desafía y me increpa a caer. Son los ojos del reproche de la culpabilidad con la que nací. De pronto me invaden las enormes apetencias de hundirme nuevamente en sus labios, en su intimidad hasta perderme, hasta rasgar lo que queda de hombre, de prorrumpir furtivamente en lo sagrado, de lo que fui separado. Pero me invade la angustia de ser expulsado, de ser arrojado y vomitado por las entrañas del receptáculo del paraíso. Pero qué importa, qué más da, una y mil veces lo haré, me asomaré por esa ranura para picarles los ojos a los dioses. Entro furiosamente a la abertura, bruscamente, como la última y primera ocasión, sin más rezos ante lo sagrado, sólo, sólo un prorrumpido suspiro, tan largo y profundo que temo que el alma se salga para quedarse en lo sagrado. A cada acarreo de mi cuerpo los trozos de mi cuerpo se desbaratan y se amasan con el sudor, mi alma se condensa a punto de explotar y ser arrojada. El fuego sagrado invade mi ser, mi espalda, mi próstata y el rostro se contrae a su forma primigenia. A lo lejos y a lo cerca se ve el túnel, la puerta, la abertura por la que fui arrojado a morir y condenado por mis pecados. Cada espasmo, cada contracción se hace eterno e instantáneo. Pero ya está, ahí está, ya viene, el principio del fin, el fin del principio. Soy yo y lo sagrado, lo eterno, la inocencia, el cuerpo virgen y purificado, la inocencia del juego, soy yo con mi yo, con mi auténtico ser, es mi alma y mi cuerpo, sin ninguna atadura, sin ninguna separación. ¡Siiiiiiiií, eso es! “¿Me amas?”, una voz impertinente y vulgar, una voz salida del mismo infierno y como demonio susurra a mi oído “¿me amas?”. O Dios, ¿o demonio?, el camino se veda, las sendas se cierran, la abertura a lo sagrado sólo se vuelve carne y tus formas se condensan para convertirse sólo en el rostro de ella. Y como lucifer me proyecto al abismo que es esté siempre, sólo para darme cuenta que estoy solo, que esto es sólo carne, que es sólo sexo. Sólo para despreciar una vez más mi cuerpo. Sólo para hundirme una vez más a la condena del pecado con el que nací, con el castigo de buscar la redención de lo que perdí antes de nacer, con la cruz de purificar la existencia en esta vida. Ahora sé que sólo es sexo, que las sendas se cierran porque nunca se abrieron a lo hermético, a lo sublime, a lo sagrado, lo que se abrió fue sólo carne. Y debo salir huyendo de la zona del crimen, del pecado, de la blasfemia, debo salir para cumplir mi condena, debo salir de esa grieta que me condenó al pecado.
“OH señor, estarás en la punta de mi lanza, OH señor, seré sólo pecado y alma. OH señor, confieso que sólo he sido un pedazo de mi carne, una extensión de mi pene”